Diario El País, de Montevideo

Un siglo de secretos familiares

Acordeones con historia

Ina Godoy

LA HISTORIA empieza así: "mi papá es de Loretto, cerca de Castelfidardo, una ciudad italiana que se especializa en la construcción de acordeones", dice Nazareno Anconetani, hijo del fundador de la más prestigiosa fábrica de acordeones artesanales argentina.

Giovanni Anconetani llegó a Buenos Aires desde Italia por primera vez en 1912 y seis años más tarde se instaló definitivamente en el barrio porteño de Palermo.

El italiano venía de tener la mejor experiencia laboral en materia de acordeones con Paolo Soprani, responsable de una de las fábricas más antiguas y prestigiosas del mundo, junto con la alemana Hohner. En la provincia de Ancona, cuna del acordeón italiano, Anconetani se dedicó a la artesanía del instrumento desde los 17 años, edad en la que también empezó a venderlo y ejecutarlo. Como viajante de la marca Paolo Soprani llegó a la Argentina y se fue quedando, primero importando las piezas, hasta que la Segunda Guerra Mundial lo obligó a construirlas con sus propias manos: "fueron seis años en los que Europa parecía no existir, no llegaban cartas ni llamadas telefónicas", dice Nazareno y se le desata el recuerdo.

DE LA VERDULERA A LA HOHNER. Las quintas de frutas y verduras de los inmigrantes poblaban el barrio de Palermo; cuando la extensa jornada laboral de los verduleros llegaba a su fin, el sonido del acordeón sobrevolaba las calles invadiendo las nochecitas. "Escuchá, la verdulera", decían los vecinos, refiriéndose al acordeón diatónico con el que los inmigrantes disfrutaban del ocio y rememoraban su lugar de origen.

"En este barrio, un día mi padre estaba tocando la verdulera en la casa de un conocido y vio a una joven que salió a tirar un balde de agua para aplacar el polvo de la calle, aquella bella ragazza era Elvira Moretti, futura esposa de mi padre, mi madre", dice Nazareno Anconetani, en un dialecto en el que el español y el italiano conviven naturalmente. Los Anconetani fueron una pareja inseparable, Elvira y sus cinco hijos trabajaron diariamente en la fábrica hasta sus últimos días. "Antes de nacer yo ya andaba en este taller, así que el sonido del acordeón lo tengo metido en el alma", asegura el menor de los Anconetani.

Con empeño oriental, en 1918 Giovanni inauguró la fábrica de acordeones en la calle Guevara 478 (límite entre los barrios de Palermo y Chacarita), donde sigue funcionando hasta hoy, casi un siglo después. Se trató nada menos que de la primera fábrica en Sudamérica que abasteció a clientes de toda la Argentina y los países limítrofes desde sus comienzos. Su prestigio siguió creciendo y hoy, un acordeón Anconetani sin uso puede alcanzar los 7 mil dólares, lo mismo que vale uno de la magistral y predecesora marca Paolo Soprani. Aunque el taller ya no es el mismo, Nazareno recuerda los buenos tiempos como si fueran hoy. "Escuchábamos un aviso publicitario que tenía la fábrica en radio Colonia, con una frase que mi mamá había inventado y decía: para violines, Stradivarius y para acordeones, Anconetani, porque son extraordinarius", dice entre risas.

El perfeccionamiento que Giovanni logró fue inmediato e innegable y promediando la década del 30, un representante de Hohner -la fábrica de acordeones más prestigiosa del mundo- , desembarcó en la vieja casona de la calle Guevara. "Vinieron tres alemanes y le ofrecieron a mi padre que fabricara acordeones para la firma Hohner; cuando mi padre les preguntó cómo se llamarían los acordeones, los alemanes respondieron que sería un modelo Anconetani de la marca Hohner y él les preguntó por qué no era al revés, un modelo Hohner de la marca Anconetani ", recuerda Nazareno, con evidente admiración. Antes de responderle a los alemanes, Giovanni reunió a toda la familia y planteó la consulta. No bien sus cinco hijos manifestaron entusiasmo, Giovanni no dudó en tratarlos de estúpidos, "ustedes le venden el alma a cualquiera", les dijo sin vueltas. Tras ese hecho, los Anconetani siguieron construyendo acordeones con calidad y dedicación personalizadas, lo que se convirtió en una auténtica e invalorable marca registrada.

UN VIEJO SECRETO FAMILIAR. Tan especial como el sonido del acordeón es el conocimiento requerido para restaurarlo, afinarlo y -sobre todo- construirlo. Hacen falta años de experiencia en un oficio que nunca agota sus secretos. Los Anconetani supieron acumularlos en casi un siglo de trabajo, como el secreto de la luna: "nuestros instrumentos son hechos con madera que sacamos de un bosquecito propio de pinos, abedules y palisandros que tenemos y, como la luna gobierna la madera, los podamos solamente en cuarto creciente, de lo contrario la madera no sirve", aclara Nazareno, mientras muestra la madera encastrada como un tejido en el corazón de un acordeón sin terminar.

"Hay cosas que sólo mis hermanos sabían hacer, hoy que ya no queda ninguno, cuando no sé cómo resolver algún problema me siento en ese banco, les pido que me ayuden y siempre le termino encontrando la vuelta. Hay secretos que uno se lleva a la tumba con felicidad, porque nos llevó toda una vida aprenderlos", dice Nazareno.

Con tan valiosos secretos llegaron al taller de la calle Guevara los acordeonistas más prestigiosos de la Argentina y del mundo. "El Chango Spasiuk venía con su papá desde Apóstoles, una colonia de inmigrantes ucranianos de la provincia de Misiones", se enaltece Nazareno y continúa enumerando. "Tarragó Ros padre tenía una verdulera y también venía con su hijo Antonio desde Corrientes; lo mismo Raulito Barboza, que venía con su padre desde niño y ya tocaba el instrumento como para que después terminaran llamándolo El Mago". Raúl Barboza y Chango Spasiuk son los intérpretes de acordeón más talentosos de Argentina y se alistan junto a los célebres clientes que los Anconetani supieron conseguir. "¡Marcos Signori, el mejor acordeonista del mundo, vino desde Italia!", remata Nazareno con emoción. Todos venían en busca de la calidad y la expresión del sonido que emiten estos acordeones.

A sus 84 años, el menor de los Anconetani confiesa que recién ahora entiende aquella hazaña de su padre de haber rechazado la oferta de Hohner. "El resultado está en que el que habla de acordeones habla de Anconetani, no hay dinero que pague el valor moral y la satisfacción personal que eso nos da; ahora se usa mucho plástico y se va perdiendo la calidad del sonido, la expresión de la madera es incomparable, es como el vino, cuánto más vieja la madera, mejor suena", dice, mientras cae la tarde y él se sienta en el patio a tocar un acordeón que perdura.